El guión de una película podría incluir en sus páginas la historia de búsqueda que subyace al último hallazgo paleontológico que pone nuevamente a San Juan en la vidriera nacional: El Parque de las Huellas, en Iglesia. La investigación en la zona prácticamente virgen de la precordillera comenzó con una pista que apareció días antes del parate por la pandemia y terminó dando frutos por un descubrimiento de último momento.
La nueva joya de la paleontología local que fue presentada esta semana se encuentra en una zona ubicada entre las localidades de Angualasto y Batideros, a lo largo del río Blanco, en la Formación Santo Domingo, una capa rocosa en la Precordillera Occidental de San Juan. El descubrimiento se desarrolló gracias a las tareas de estudio de impacto ambiental de la Línea Eléctrica del Corredor Norte, como parte del camino al emprendimiento minero Josemaría, lo que permitió a los especialistas sanjuaninos en paleontología revisar la zona por primera vez.
La historia se remonta a marzo de 2020, justamente cinco días de que comenzara el encierro por la pandemia de coronavirus. Los investigadores tenían una misión, determinar que no hubiera nada que pudiera verse afectado por la construcción de la ruta. Carina Colombi, geóloga integrante del Museo de Ciencias Naturales de la UNSJ e investigadora del CONICET llegó al lugar completamente aislado junto a un técnico del mismo museo y un equipo de investigadores de otras áreas para revisar la zona.
“Yo sabía que Santo Domingo era del Triásico y que tenía potencial para el hallazgo de restos paleontológicos continentales. Ese día llegamos en la tarde, tipo 18, y estuvimos prospectando un rato. Pero no había nada. Al otro día nos levantamos y, como había habido un desmoronamiento, el resto de la gente que iba con nosotros dijo que nos volvíamos. Pedí que, por favor, me dejaran ver el sector particular que había marcado. Tenía tiempo hasta el mediodía, pero no aparecía ningún elemento, hasta que encontré la pista que desencadenó todo los demás: un pequeño hueso fosilizado que claramente era el extremo distal del húmero de un vertebrado. Fue una alegría porque ese huesito era la pauta de que había que seguir buscando, que tenía potencialidad de ser un yacimiento de paleovertebrados”, recuerda la experta.
Conforme con el hallazgo, el equipo inició su regreso a la Capital. Pero justo cuando venían en camino se enteraron de que, mientras ellos habían estado sin señal todo había cambiado y que en los próximos días ya no podrían salir por muchos meses debido a la cuarentena. Más allá de que escribió el informe solicitando continuar la búsqueda, todo se demoró.
El regreso a la fuente
Si bien la empresa minera había autorizado una nueva campaña, el equipo estaba de manos atadas en medio de la cuarentena. Recién en 2021, emprendieron nuevamente el camino hacia la zona marcada para avanzar con la búsqueda.
Fue entonces que viajaron Carina y los paleontólogos Oscar Alcober y Ricardo Martínez. “No encontrábamos nada, nada de nada. Nos quedábamos en El Chinguillo, teníamos que cruzar 12 veces el río para llegar y estábamos bajoneados. A esa altura nos hacíamos chistes sobre posibles hallazgos, pero sospechábamos que íbamos a volver con las manos vacías. Otra vez a último momento nos dispersamos para seguir la búsqueda. De golpe, me di vuelta y vi a Ricardo con una sonrisa de oreja a oreja, al lado de una placa. Pensaba, no puede ser, debe ser otro chiste. Pero a medida que me acercaba iba divisando las huellas. No lo podía creer, el corazón me latía a mil. Era la primera placa, la de las huellas más chiquitas y estaban muy bien marcadas. En ese momento supimos que el lugar era un yacimiento”, confía Carina.
Poco después dieron con la segunda placa, que conserva una huella mucho más grande y que confirmó las sospechas.
Los hallazgos hicieron que un equipo aún más numeroso de investigadores realizara dos campañas más para recorrer el lugar. La primera de ellas quedó trunca y casi termina en tragedia. Es que, una crecida del río dejó al grupo aislado. “Hacía frío, apenas si teníamos comida y se hizo de noche. Aún así tuvimos que esperar que saliera el Sol nuevamente”, relata Carina. Linchas de por medio y con algunas roturas en las camionetas lograron cruzar sin ser arrastrados por la corriente. Sin embargo, decidieron regresar. Una vez que el camino estaba en condiciones, volvieron a la zona. En esa etapa limpiaron el lugar, levantaron las muestras utilizando tecnología de avanzada para poder estudiarlas más y descubrieron que, hacia abajo, el potencial de hallazgos continúa. Por lo que esperar regresar en nuevas campañas que ya tienen autorización.
Un descubrimiento distinto y los indicios sobre los dueños de las huellas
Las huellas son un hallazgo particular para la provincia. Es que, más allá de la enorme cantidad de restos óseos fosilizados que se ha encontrado en Ischigualasto y otras zonas de San Juan, hasta el momento sólo se había encontrado huellas en un lugar, la zona de la Ciénaga de Río Huaco.
Los rastros descubiertos hasta el momento serían de al menos tres animales distintos. Los especialistas están investigando de qué especie se trata. Creen que la huella grande podría ser de un Dicinodonte, es decir, de un reptil mamíferoide antecesor de los mamíferos grandes. Pero además, por la distribución de los dedos, los especialistas apuntan a un Ingentia, que es un dinosaurio muy grande del Triásico Superior. “Tenemos las dos posibilidades. Por eso es muy importante hacer una datación para saber de qué especie se trata”, explica Carina.
En cuanto a las huellas pequeñas, una de ellas está muy bien marcada. Se ven cuatro deditos paralelos y un dedito atrás, que es típico de antecesores de los cocodrilos, entonces sabemos que esa es una huella quiroteroidea, es decir, del Triásico.
En este contexto, la geóloga suma que, “de ese modo, por lo que creemos hasta el momento no es que las huellas sean de un animal que no había sido encontrado. Sino que, en paleontología, la huella se considera un fósil en sí mismo. La huella tiene un género y especie distinto del animal. Hasta el momento no había huellas parecidas a estas en el mundo”.
Y rescata: “La huella es algo especial, porque permite definir el comportamiento de las especies, que no es algo fácil de definir en huesos. Si te encontrás un esqueleto aislado, no sabes cómo vivió, ni qué función cumplía en su ecosistema. En cambio, si encontrás más de una huella podés saber cómo caminaba el animal, a qué velocidad. Y en el caso de las chiquitas ya sabemos que es un comportamiento en manada, porque hay de más de un animal. Todas esas cosas son muy importantes a nivel de este hallazgo”.
Para saber más: ¿cómo se preserva una huella durante 20 millones de años?
Carina cuenta que actualmente hay toda una línea ahora de discusión sobre por qué se preservan las huellas. Sin embargo, tras distintas investigaciones “se ha descubierto que la huella se preserva por la generación rápida de biofilms, que son una mezcla de hongos, bacterias y algas que son organismos súper primitivos y básicos, muchos unicelulares, que aparecen apenas algo se humedece y forman como una cascarita. Eso le da a todo el sedimento como si fuera un efecto plasticola, en la que se sostienen para poder crecer. Esa plasticola es lo que sostiene unidos los granitos de arena o barro que no están todavía hechos roca. Entonces, si se deja una huella, queda marcada. Si nadie lo altera, con el paso de los años se fosiliza y queda ahí la marca”.