Cualquier día de la semana, bien temprano y situada junto a la Ruta 12, en Zonda, Virginia López se alista con su carro para vender un café a quiénes están de paso. Ubicada en la puerta de la Escuela Agrotécnica, la mujer que nació en otros pagos, pero que encontró en San Juan un hogar, trabaja para salir adelante después de haber luchado contra viento y marea.
Es que la protagonista, que no tiene problema en prestarse a la charla y mostrarse dispuesta a contar su historia de vida, atravesó más de un infierno. Sin embargo, el pasado le sirvió para valorar lo que hoy tiene, una familia por la cual sacrificarse y trabajar duro para salir adelante.
Nació en Olavarría, provincia de Buenos Aires, y fue un amor la que la trajo hasta acá. Si bien de jovencita se casó, aquella pareja no funcionó y, además de sufrir violencia, se quedó en la calle. No obstante, como dice el dicho, "Dios aprieta pero no ahorca", pues el destino le tenía preparado algo mejor.
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A través de las redes sociales, se reencontró con un viejo amor y no dudó en venir hasta la provincia para vivir junto a él. La decisión no fue sencilla, ya que aunque tenía dos hijos mayores de edad del anterior matrimonio, poco antes de separarse había adoptado un chiquito que hoy tiene 14 años.
La situación era crítica, cuidaba del pequeño y se la rebuscaba para subsistir con la ayuda de sus hijos más grandes. Y mientras se preocupaba por la economía, el amor apareció en su vida y no dejó pasar la oportunidad. "Me vine porque mi esposo tenía trabajo acá y aquí empezamos de cero", reconoció.
Al sanjuanino lo había conocido en su adolescencia, cuando este viajó con su familia y paró un tiempo en Olavarría por el trabajo de su familia. "Todas estábamos enamoradas del sanjuanino y con él nos mandábamos cartas. Después la vida nos separó porque él volvió y no supimos nunca más nada uno del otro, no lo vi más", relató.
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Es por eso que en el peor momento de su vida, su hija le hizo una cuenta en Facebook y por ese medio lo encontró. "Él se había separado y me localizó. Volvimos a hablar y algo se encendió, nos enamoramos y me vine", contó la mujer de 57 años.
Desde entonces, formaron una familia con su hijo del corazón, quien se convirtió en su motor para vivir. "Con mi hijo del corazón la vengo luchando, cuando estuve sola y ahora porque descubrimos hace poco que tiene autismo", confesó la cafetera que junto a su marido cumplen funciones de caseros y porteros del establecimiento educativo.
"Me cuesta todo, siempre me costó todo, todo ha sido sacrificio", reconoció la misma que hace cinco meses sufrió un infarto y estuvo al borde de la muerte. A pesar de ello, lo que no mata fortalece y por eso aseguró que está más fuerte que nunca y que, en parte, es gracias al respaldo que recibió de los sanjuaninos, que colaboraron con ella en diversas ocasiones.
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"Acá vino un ángel, nos pusimos a conversar, le conté de mi vida, de mi hijo, y al otro día vino con dos mochilas con ropa y cosas para mi niño, fue un gesto que me llenó el alma. Hasta hoy espero que vuelva, para que al menos no le cobre el café. Esa actitud es muy valiosa", remarcó la misma que también aprovechó para destacar el soporte que recibió de una funcionaria del municipio de Zonda.
Quien se emociona al hablar, por aquellos recuerdos que aún duelen más que los golpes, admitió que su sueño es tener una casa propia, por lo que espera salir sorteada algún día en el IPV.
Desde siempre, su vida fue de lucha y sacrificio, pero ello no le impidió reunir fuerzas y avanzar. Es así que, además del café que vende en su carro a diario, ofrece macetas que ella misma pinta, lo mismo que frascos y botellas que decora. Todo sea para sumar unos pesos y llevar el pan de cada día a su mesa.
Aunque Virginia haya tenido mucho camino recorrido, e incluso haya vivido una historia de amor de película que la trajo a estos pagos, resulta un ejemplo de superación, de dedicación y de fortaleza. Su empuje fue fundamental y es eso mismo que hoy la mantiene firme y al pie del cañón, con la esperanza de que un futuro mejor está por venir.