Remó, remó y remó. Lo hizo hasta el punto de perder la sensibilidad de sus brazos y el sentido del tiempo. Vio desde su kayak cómo caía el Sol, mientras el agua seguía subiendo. Iba y venía, escuchaba los pedidos de ayuda y prometía regresar. Cargaba a su improvisado bote salvavidas a otro niño o anciano para llevarlo a un lugar seguro y su tarea parecía no tener punto final. En esa hazaña que ni siquiera planificó, salvó más de 30 vidas durante el fatal temporal de Bahía Blanca ocurrido hace una semana. Hoy, luego de la imagen que alguien tomó de su tarea y que se hizo viral, se animó a contar su experiencia a Tiempo de San Juan.
El protagonista de la historia es Javier Ariza, un sanjuanino de 27 años que nació en San Martín y se mudó a esa ciudad de Buenos Aires junto a su familia hace poco más de tres años, en busca de trabajo. Ahora, mientras se desempeña como soldado voluntario, fue sorprendido por el inesperado fenómeno, tal como les sucedió a sus vecinos.
Aquel 7 de marzo, lo primero que hizo fue rescatar a su esposa y sus dos hijas llevándolas a un lugar a un lugar seguro junto a sus suegros. Fue justamente la pareja de su suegra quien, entre chiste y realidad, le ofreció el kayak para regresar a su casa a buscar ropa seca. Javier se animó y al avanzar sobre las calles inundadas se cruzó con una mamá que llevaba a su hija en los hombros. No lo dudó y ofreció cargar a la niña en el kayak.
En ese momento, eran alrededor de las 15. “Ahí empecé a ir y venir, ir y venir. Y cada vez que iba y venía encontraba más gente que caminaba por el agua con las bolsas, a niños, a abuelos y los iba cargando. Les daba prioridad a ellos porque, bueno, los grandes se pueden mover, pero para los niños y los viejitos era muy difícil salir”, relata Javier.
Embed - El sanjuanino que remó 12 horas para rescatar a más de 30 niños y ancianos en Bahía Blanca
Y agrega, “llegó un momento que ni sabía qué hora era. Empezó a caer el sol y a hacer frío y la gente seguía ahí. Después de las ocho o nueve de la noche, ya no se animaban a salir por las calles, así que lo que hacían era subirse a los techos. Entonces, empecé a bajar gente de las casas y a llevarlos a las zonas más seguras. Terminé a las dos y media o tres de la mañana”.
A largo de todo ese tiempo, el sanjuanino sólo se detuvo para tomar dos mates calentitos cuando habían pasado las 9 de la noche. Después siguió y perdió también el cálculo de la cantidad de personas a las que trasladó. “No tengo idea a cuántas personas llevé, pero me habré mandado treinta y largos, capaz cuarenta viajes. Una cosa de loco”, confía.
Finalmente, la inundación comenzó a ceder, pasaron las horas y también su tarea de héroe. Javier volvió a su casa y vio cómo todas sus pertenencias y las de su familia habían bajo el agua. “Ahora hay que ver cómo seguir”, dice. Pero aún así, puede sacar a la luz su optimismo: “Sabés que después de que logramos que se secara la heladera la enchufamos y anduvo. Siempre hay una buena”, celebra.
Un curso intensivo y la satisfacción final
Con semejante tarea desempeñada, cualquiera podría creer que Javier aprendió a navegar el kayak en algún cauce sanjuanino. Sin embargo, no es así. “¿Te cuento algo? Sólo había usado el kayak una vez, el año pasado. La de ahora fue la segunda vez me subí, es más aprendí a frenarlo ese día. Fue un curso intensivo, al final lo piloteaba como un experto. Después de que oscureció me dolía tanto la espalda que ya no sentía los brazos”, dice el sanjuanino nacido en el barrio sanmartiniano María Auxiliadora.
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Javier en San Juan, antes de partir a Bahía Blanca junto a su familia.
Y cierra con su sensación sobre lo que vivió. “No sabés qué gratificante se siente. Ya entre el sábado y el domingo, cuando se empezó a ver más gente caminando por las calles y tratábamos de rescatar las cosas ayudándonos entre los vecinos, la gente se paraba a agradecerme porque la había llevado. Te llena de orgullo saber que pudiste ayudar a tantas personas. Es muy lindo”, reconoce.