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Personajes

El cuarteto los sacó del lugar más oscuro y hoy bailan para agradecer y ganarse el mango: la historia de Jorge y Marcela, los bailarines de la Peatonal

Se conocieron en Córdoba cuando ella estaba retenida en un club nocturno y él luchaba contra una fuerte adicción. Salieron adelante. Y de la mano del "tunga tunga", empezaron a bailar a la gorra. "Vinimos a San Juan a probar suerte; trajimos hilos, agujas y medias para vender por si nos iba mal", contaron.

Por Carla Acosta

Por las calles de la peatonal sanjuanina, entre locales comerciales y pasos apurados, irrumpen Jorge Luna y Marcela Villalba con sus pasos de cuarteto y una historia de vida que conmueve. Llegaron desde Córdoba con lo puesto y la ilusión de hacer bailar a todo San Juan. Si bien trajeron desde medias hasta hilos y agujas para vender por si les iba mal, hoy la gente los aplaude y, sobre todo, los escucha. "Esto no es solo bailar", dice el cordobés, mientras acomoda el parlante y se toma un descanso después de una tarde agitada en el corazón del microcentro.

“Es una esquina, es un punto de encuentro. Yo tengo que interactuar con el público. Si alguien me trae la cámara hasta mí, es porque me quiere ver. Entonces lo miro, le bailo, le hablo. Porque cada canción que ponemos, tiene una historia", dice Jorge, mientras su esposa lo mira con admiración.

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Y vaya si tienen historias para contar. La suya, por ejemplo, empezó hace más de 30 años, cuando Jorge conoció a Marcela en la noche cordobesa, atrapada en un círculo de violencia y manipulación. "No fue secuestrada, pero fue engañada. Le retuvieron el documento, le decían que si se iba la mataban. Me la llevé, la saqué de ahí con ayuda de mi viejo. Nos buscaron para matarnos durante dos meses”, recuerda Jorge.

Después llegó el golpe para él: una enfermedad causada por el alcohol, tentativas de suicidio, hospitalizaciones. "Y ahí fue ella la que se puso la mochila. Se puso al hombro mi recuperación y salimos juntos", cuenta el protagonista. Marcela también recuerda esos años oscuros, cuando no había redes ni leyes que protegieran: “No existía la violencia de género como la entendemos ahora. Nos defendíamos como podíamos. Y cuando Jorge cayó, en casa no había ni perfume, para que él no intentara tomarlo. Era luchar todos los días".

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De vivir bajo un puente y en carpas, pasaron a alquilar con lo justo. Gracias al cuarteto recién el año pasado pudieron tener un techo seguro. “Nuestra silla era un cajón de leche. Nuestra cocina, una eléctrica que estamos pagando todavía. Pero seguimos juntos. Porque el amor también es eso: pelearla con el otro en el hombro, no en la espalda".

Su llegada a San Juan fue, como muchas decisiones importantes en la vida, casi accidental. “Estábamos bailando en Córdoba, se nos acercó un señor a sacarnos una foto y nos preguntó si íbamos a ver el partido entre San Martín de San Juan y Gimnasia de Mendoza. No sabíamos ni que se jugaba. Pero fuimos. Y ahí empezó todo. Vinimos a probar suerte, con repasadores, agujas, medias… por si nos iba mal", cuenta Jorge. Pero no fue necesario: “San Juan nos abrió los brazos. No tenemos palabras para agradecer”.

Desde el 15 de marzo caminan la ciudad a pie, con un enorme parlante a cuesta. A través de redes como TikTok, empezaron a mostrar su proyecto: conseguir una movilidad que les permita llevar su arte al interior: “Queremos llegar a donde no llega nadie. A donde el circo no entra, donde nunca hay eventos. Nosotros no solo bailamos, también llevamos espectáculos para niños, donaciones, alimentos no perecederos. Y lo hacemos a pulmón, con lo que recauda la gente".

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Marcela fue la que impulsó la movida de bailar en la calle. “Él no quería saber nada. Me decía que no, que ya no iba a bailar en Alta Gracia. Pero un día tiré la gorra, le puse un tema y arrancamos. Jamás pensamos que iba a explotar así", cuenta ella. Antes de eso, trabajaban en una campaña de prevención del VIH/SIDA, entregando preservativos y concientizando en barrios vulnerables. También fueron recicladores: “La gente cree que es basura, pero el reciclado es una mina de oro. Hay que saber verlo, y sobre todo, tenerle amor”.

Hoy viven de su arte, pero no se olvidan de nadie. Y casi sin darse cuenta, se convirtieron en un símbolo. No solo del cuarteto, sino de la resiliencia, del amor real, del arte callejero como forma de vida. “Estamos acá para mostrar lo que somos. Sin maquillaje. Con todo lo que tenemos. Y lo que tenemos es esto: amor, arte y ganas de salir adelante", dicen.

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