Aquel domingo prometía una jornada inolvidable para esos quince amigos, que emprendieron una travesía en vehículos 4X4 al paraje Santa Clara para disfrutar del paisaje único de sus cascadas y compartir un asado. Fue un día espléndido, tal como lo planearon, pero con la caía de la tarde, el cielo empezó a teñirse de gris y una inesperada tormenta los sorprendió en el camino de regreso.
La lluvia en la zona sur del departamento Sarmiento adelantó el retorno de los jóvenes, que viajaban repartidos en cinco camionetas. La fuerte precipitación hacia presumir que pronto podía bajar una creciente por el río Santa Clara, que hasta ese momento estaba seco. Los conductores entonces aceleraron la marcha de sus camionetas Toyota, Land Rover y la Jeep Estanciera que iba al último.
El tiempo apremiaba. Había que pasar por la huella que atravesaba el cauce, que ya traía agua y podía dejarlos entrampados en el río. La adrenalina y el espíritu de aventura que reinaba en ese grupo de amigos no dejó margen para sospechar del peligro que se les avecinaba esa tarde del 22 de febrero de 1998. El plan se descompaginó cuando notaron que la creciente tomaba forma y algunas de sus potentes camionetas avanzaban con dificultad ante la fuerza del caudal y el golpe de las piedras.
El primero que lo notó fue Fernando Ares. Su Land Rover se atascó a medida que el agua la rodeaba y subía de nivel. Sus acompañantes descendieron de la camioneta mientras él maniobró y la dejó trabada con la idea de que la correntada no pudiera arrastrarla. Lo mismo pasó con la Jeep Estanciera de uno de sus amigos de nombre César, que viajaba con su esposa y su sobrino adolescente, quienes también quedaron varados en medio del cauce.
El resto de los jóvenes logró sortear el río a bordo de las otras tres camionetas y bajaron enfrente para aguardar a los relegados. Fernando Ares, “El Loco” -como le decían-, luego llegó también a la orilla, pero continuó intranquilo. No quería abandonar su vehículo y el de su amigo César, pero éste ya lo había hecho. Junto a su esposa saltaron de la Estanciera y, aunque fueron llevados unos metros por la correntada, escaparon de la creciente. El sobrino tuvo la misma suerte y alcanzó a treparse por la ladera de un cerro.
Fernando creyó podía salvar la Jeep de su amigo y regresó por ella al medio del río. Confiaba en su pericia de buen conductor y en ese coraje que lo llevó a desafiar la creciente. “No, me voy a quedar. Y, cuando venga el agua, voy a estabilizarla para que no se la lleve”, gritó el joven de 26 años, convencido que iba a ganarle al río. Todavía había luz natural, recién eran las 18 de ese domingo.
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Esta imagen fue captada por el fotógrafo Leopoldo Uriza de Diario de Cuyo.
Sus amigos miraban desde la orilla, pero con cada minuto que transcurría el nerviosismo y la angustia empezaba notarse en sus rostros. Fernando no podía mover la camioneta y el caudal de agua aumentaba amenazando convertirse en un aluvión. Hasta que la camioneta comenzó a ser arrastrada por la creciente, con el joven arriba.
Los testigos afirmaron que en un momento dado Fernando desistió de sus intentos y se lanzó de la camioneta. Aun así se sujetó del paragolpes trasero de la Estanciera para que no se lo llevara, pero no pudo con la arrolladora fuerza del agua. Sus amigos vieron cómo saltaba y largaba manotazos tratando de no perderse en el fondo del indomable río,
Algunos gritaban desesperados y otros permanecían mudos sin poder hacer nada por Fernando. Los relatos señalan que lo siguieron durante un trecho por la orilla hasta que el cauce hizo curva. Ahí perdieron de vista al joven, entre la lluvia que no cesaba y el ruido ensordecedor de la correntada que hacía crujir las ramas y piedras que cargaba a su paso.
Uno de los jóvenes subió a su camioneta y partió a buscar la ayuda de la Policía. Un par de muchachos caminaron hasta uno de los puestos en la misma zona de Santa Clara y regresaron con unos baqueanos.
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La Jeep Estanciera estrellada contra la pared de un cerro en Santa Clara. Foto del recordado Leopoldo Uriza de Diario de Cuyo.
Los primeros policías que llegaron al lugar junto con unos vecinos y los amigos de Ares realizaron un primer rastrillaje en la noche del 22 de febrero de 1998. La falta de visibilidad y las pocas linternas hicieron imposible el trabajo, de modo que decidieron suspender la búsqueda y reiniciar el operativo al amanecer, con más policías de Bomberos.
A la mañana siguiente, encontraron la camioneta Land Rover semienterrada y volcada entre las piedras y el barro, a 200 metros de donde fue arrastrada por la creciente. La Jeep Estanciera apareció a 800 metros aguas abajo, toda destrozada y estrellada contra la pared de un cerro.
El rastrillaje se extendió kilómetros y kilómetros por el río. A las 8 del lunes 23 de febrero, los policías que recorrían a pie ese lecho divisaron un brazo y parte del cuerpo de una persona en el lodo. Era Fernando Ares, cuyo cadáver había sido llevado por el torrente a una distancia aproximada de 7 kilómetros.
La aventura y el día de campo en las cascadas de Santa Clara culminó en tragedia para el muchacho de 26 años. La furia de la naturaleza otra vez cobraba la vida de aquel que se había atrevido a desafiarla. En este caso la de un estudiante universitario de arquitectura, casado y papá de una nena de 6 meses -en ese entonces-, hijo de una familia de empresarios y yerno del conocido dirigente político Ruperto Godoy.