Esta historia es corta, pero dio mucho que hablar allá por 1968. Y comenzó con la extraña aparición de una caja de madera tirada al costado de un zanjón, al borde de la ruta nacional 20 en Caucete. Parecía un cofre, medía 80 centímetros de largo, por 15 de ancho y 10 de alto.
Los cuatro cosechadores de uva que la encontraron se detuvieron a ver qué había en el interior. Estaban intrigados, no era cualquier caja. Podía contener algo valioso, pensaron. O en el peor de los casos, encontrarían una víbora ahí adentro. Uno de los obreros tomó la punta, y sin perder la cautela y manteniendo distancia, estiró su mano y empujó la tapa hacia arriba para abrirla.
En ese instante el changarín se tiró hacia tras espantado, con los ojos desorbitados. El obrero que permanecía al lado amagó con correr y los otros dos quedaron paralizados haciendo gestos de asco. “¡Qué es eso!”, se preguntaron. Aquello era un brazo mutilado, cortado a la altura del hombro y en estado de descomposición. Había cal a su alrededor.
El sorprendente y aterrador hallazgo se produjo la mañana del sábado 20 de abril de 1968, en el kilómetro 1174 de la ruta 20, a la altura de la localidad caucetera de Pie de Palo. Los policías de Caucete y la Central de Policía cercaron el lugar y los peritos trasladaron la caja de madera con el resto humano a la morgue para su análisis.
Confirmaron que se trataba de un brazo izquierdo. El médico legista Francisco Cuevas examinó la extremidad y aunque determinó que tenía sus años, concluyó que pertenecía a un hombre joven y que el corte era consecuencia de un desgarro. Es decir, el miembro superior no había sido seccionado del cuerpo mediante el uso de un elemento filoso, sino que fue arrancado.
Esto último perturbaba y abría más interrogantes. Las preguntas fueron muchas, además porque ningún vecino de la zona aportaba el mínimo indicio o una sospecha de dónde provenía esos restos humanos. Los policías tampoco contaban con registros de un asesinato con descuartizamiento en las últimas semanas, meses o años en la provincia.
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El hallazgo se produjo a metros del monolito que marcaba el kilometro1174 de la ruta nacional 20, en Caucete. Foto del diario Tribuna.
Los investigadores dieron por hecho que estaban ante un brutal crimen y frente a un descuartizador. Hubo también quienes arriesgaron que la caja arrojada al costado de la ruta era evidentemente un mensaje mafioso dirigido a las autoridades o alguien en particular.
Otros instalaron la posibilidad de que el desmembramiento del cuerpo fue consecuencia de un sacrificio humano o un rito satánico. Los menos dramáticos plantearon la teoría de que la caja había sido sustraída de un cementerio o que la extraña preservación del brazo era parte de una promesa a la Difunta Correa.
Lo curioso es que no había denuncias sobre la desaparición de un sanjuanino y menos de alguien que hubiese perdido tan insólito recuerdo. Los peritos y forenses no encontraron pistas, tatuajes o marcas en el brazo, ni otro elemento dentro de la caja más que la cal, que permitieran identificar a la víctima.
El periódico Tribuna tituló: “EL BRAZO DE UN HOMBRE, DESGARRADO Y CUBIERTO CON CAL ENCONTROSE, TRATARIASE DE UN CRIMEN” y publicó una foto del miembro desmembrado. Diario de Cuyo presentó la noticia con un texto breve, bajo el título: “Macabro hallazgo”.
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El mismo Esteban Dell´Oro aclaró lo sucedido. Foto de diario Tribuna.
La cobertura de los periódicos ayudó y logró lo que la Policía no había conseguido a lo largo de dos días. El lunes 22 de abril de 1968, un hombre al que le faltaba el brazo izquierdo apareció en la Comisaría 9na de Caucete y reclamó la devolución de ese miembro encontrado en la vera de la ruta 20 en Pie de Palo.
La sola presencia de Esteban Carlos Dell’Oro trajo un gran alivio a los investigadores, que no dormían de hacía dos días. El hombre disipó todas dudas y aclaró las preguntas en relación al misterioso caso del brazo hallado en la ruta 20. No había crimen, descuartizamiento, ni rito satánico o algo relacionado a una promesa religiosa.
Este empleado vial de 50 años contó la historia detrás de ese brazo mutilado. Relató que perdió el miembro superior izquierdo a los 25 años durante un accidente laboral en la vieja Bodega Moisés Elías, en el mismo Caucete. Jamás lo olvidó aquella mañana del 30 de marzo de 1944, explicó.
Recordó que trabajaba de operario junto a su padre. Según relató, mientras manejaba una de las máquinas, la correa del motor le agarró la manga de su camisa y le tomó el brazo. La fuerza de esa gruesa tira le “chupó” primero la mano izquierda, después le atrapó parte del codo y por último el hombro, relató en una entrevista.
El seccionamiento del brazo había sido producto de un accidenta laboral ocurrido en marzo de 1944.
Tuvo suerte de que un compañero apareciera en esos instantes, cortara la correa y lo liberara de esa trampa mortal. Pero para entonces tenía desecha la parte superior del brazo y el miembro había quedado “prendido en el engranaje del motor”, describió.
Esteban Dell’Oro salió a los gritos de la sala de máquinas, sin el brazo y con la sangre desparramándose por su cuerpo. La escena fue tan impactante que su padre y otros obreros se desmayaron por la impresión que les causó verlo en ese estado. Los mismos trabajadores que estaban en el predio lograron auxiliarlo y lo llevaron a tiempo al hospital, donde lo asistieron. Pese a que un médico pronosticó que iba a morir por las graves heridas internas producidas por el desgarramiento y la cantidad de sangre que perdió, el joven sobrevivió y tras seis días de internación regresó a su hogar.
También recordó que su padre guardó el brazo en esa caja de madera con la idea de darle sepultura en algún momento. Pero la historia no terminó ahí. Dell’ Oro rememoró una anécdota insólita con esos restos en una entrevista. Contó que en principio se acostumbró a vivir sin ese brazo, pero al tiempo empezó a sentir una sensación extraña de dolor preveniente de la mano que no tenía. “Era como que me dolían los dedos”, le relató a un periodista.
Una familia amiga se enteró lo que le estaba pasando y le dijo que aquello se debía a que los dedos del brazo mutilado estaban constreñidos y que eso no lo dejaba descansar. Estas personas le aconsejaron que, para hacer cesar ese dolor, tenía que buscar el brazo seccionado y extenderle los dedos de la mano. Dell’ Oro no era supersticioso, pero dejó de lado su incredulidad e hizo caso a lo ordenado. Para su sorpresa, nunca más volvió a sentir ese extraño dolor.
La idea después fue sepultar el brazo, pero transcurrieron los meses y se olvidaron. La caja fue depositada sobre un muro de la bodega y ahí quedó para siempre. A los años, cambiaron los dueños de la empresa y los Dell’ Oro se fueron a trabajar a otro lugar.
Eso explicaba todo. La conclusión que sacaron en ese entonces fue que, a mediados de abril de 1968, un obrero encontró la caja dentro del predio de la bodega y, sabiendo o no lo que contenía, la arrojó en otro sitio. En esos días, cuatro cosechadores la encontraron al costado de la ruta 20.
FUENTE: Artículos periodísticos de Tribuna y Diario de Cuyo, y hemeroteca de la Biblioteca Franklin.