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Historias del crimen

El año que asesinaron brutalmente a dos prostitutas y se impuso la impunidad

En 2000, con 4 meses de diferencia, mataron a cuchillazos a dos trabajadoras sexuales. Los dos casos nunca fueron relacionados. Lo único en común es que ambos crímenes no fueron resueltos y nadie reclamó justicia.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Por Walter Vilca

Si algo dejó la llegada del nuevo siglo, fueron dos casos policiales paradigmáticos que sembraron el misterio y reflejaron el grado de impunidad en la provincia. Los asesinatos de las trabajadoras sexuales Miriam Espeche en mayo del 2.000 y Lidia Páez en septiembre del mismo año causaron conmoción y también intrigas que hasta la fecha no fueron develadas y quedaron en el olvido.

Un cliente despechado. Una venganza del ambiente de la prostitución. O un psicópata que se le dio por atacar prostitutas. Estas son algunas de las conjeturas que se tejieron en ese entonces, pero que no tuvieron ni un sustento en lo práctico. La Policía ni la Justicia pudieron relacionar ambos homicidios. En teoría, las dos mujeres no se conocían y tampoco trabajaban en la misma zona. El único denominador común fue que se manejaban solas, trabajaban de noche y alguna vez frecuentaron la zona de avenida Rawson.

La caucetera

Miriam Evelia Espeche tenía 30 años y una hija pequeña. La noche del 9 de mayo del 2000 salió como de costumbre de su casa en el B° Felipe Cobas en Caucete y supuestamente tomó un colectivo que la llevó al centro capitalino. La esperaba la madrugada como única compañía en ese duro oficio de vender su cuerpo a cambio de dinero en inmediaciones de la plaza 25 de Mayo.

La chica que alguna vez trabajó en una whiskería u ofrecía sus servicios a través de una agencia, desde hacía tiempo había elegido caminar las calles sin patrón ni cafishio. Tenía confianza en su experiencia de manejarse sola y en su coraje a la hora de defenderse, pero no le fue suficiente para lo que le depararía ese día. Como si se la hubiese chupado la tierra, Miriam Espeche desapareció en la oscuridad del mundo de la noche. Su madre y su hija no la escucharon llegar al amanecer, tampoco durante la mañana y desde entonces los días se transformaron en angustia por ese regreso que nunca se concretó.

Tuvo la suerte del pobre y de la mujer de la noche. Nadie se preocupó por ella más que su madre, que empezó a buscarla y radicó la denuncia en la Policía por su desaparición. Su caso pasó inadvertido en esos días, mientras la zozobra martirizaba a su familia que no encontraba ninguna respuesta.

Y lo que no llegó por la investigación, vino por el azar el 18 de junio de ese año. Ese día fue como si todo hubiese estado ambientado a propósito: el cielo estaba gris y hacía tanto frío que había nevado esa tarde. Un llamado anónimo sorprendió a un operador de la Policía. Avisaban de que había un cuerpo tirado al lado de un puente en El Villicum, al costado de la ruta 40.

Era el cadáver de una mujer asesinada brutalmente. Estaba desnuda y en posición fetal dentro de una bolsa tipo consorcio y a su vez metida en un bolso de gran tamaño. No lograron identificarla por el nivel de descomposición; eso sí, eran visibles las marcas dejadas por el criminal. Había sido degollada y presentaba una herida corto punzante en la vagina.

Dos días después, a través del reconocimiento de dos tatuajes, confirmaron que se trataba de Miriam Espeche, la prostituta desaparecida en mayo. Si ya desconcertaba la forma en la que la asesinaron por la cuota de saña y animosidad contra la trabajadora sexual, el enigma se agigantó aún más a medida que hurgaban la vida de la caucetera. Es que no encontraban nada extraño en su vida, más que su particular oficio de la calle. Aparentemente no tenía problemas con nadie. Durante el día era una ama de casa y una buena madre que se ocupada de su nena. No le conocían pareja y llevaba un perfil muy bajo, decían los investigadores. 

Se pensó que el criminal era un novio despechado. Y en esa línea citaron a declarar a un hombre casado que supuestamente había mantenido un romance con Espeche, pero no surgió nada raro; además, hacía tres meses que no la veía. En ese despuntar de hipótesis se habló de un posible cliente, pero fue imposible profundizar esa línea porque la mujer era reservada con sus encuentros ocasionales y se movía sola en la noche. Por otro lado se sospechó de una venganza por un tío de Espeche que era comisario, y tampoco se avanzó en ese sentido. También sobrevoló el fantasma de un psicópata suelto, por las características del asesinato, pero no surgió ni la más mínima pista para guiar la investigación en esa dirección y el caso entró en un eterno impasse.

La matrona

El tiempo silenció el caso de Miriam Espeche, pero los sanjuaninos volvieron a conmocionarse dos meses más tarde. Cuando el invierno se despedía, otra vez el horror se hizo presente. La mañana del 9 de septiembre de ese mismo año, encontraron el cuerpo sin vida de la trabajadora sexual Lidia Páez tirado en un baldío de la calle General Paz, casi Pueyrredón, a una cuadra de la Terminal de Ómnibus de la Capital. Nancy, tal cual era su nombre de la noche, tenía un puntazo en el cuello. Le faltaba la cartera, su celular y su auto Renault 12, el que horas después apareció abandonado al costado de Acceso Este en Santa Lucía.

Nancy no era cualquier prostituta. Ella era una matrona de las chicas de la noche, una mujer con carisma con aquellos que le caían bien y recia y dura cuando se enfrentaban contra ella o sus compañeras de la calle. En más de una ocasión Nancy no tuvo problemas en desafiar a la Policía y denunciar públicamente los malos tratos o los arrestos sin motivos. A sus 51 años no era de callarse.
Es posible que tuviese enemigos, ¿pero quién? Las sospechas eran muchas. Quizás un conocido que la llevó hasta ahí para algún encuentro sexual y la mató en el momento en que ella se descuidó. Es que el puntazo había sido descendente, posiblemente cuando estaba agachada. No evidenciaba signos de golpes. Al parecer ni siquiera pudo defenderse. Los únicos rastros eran unas manchas de sangre en una pared que dejó ella misma con sus manos en un intento por apoyarse para ponerse de pie y buscar ayuda. Por lo demás, ni un solo rastro del asesino.

Aunque Nancy tenía marido y dos hijas, era muy independiente. Su esposo declaró que esa noche ella lo llamó por teléfono para decirle que se iba a demorar y no supo más. Su hija, que notó que no había llegado de madrugada a su casa en el barrio Mercedario de Rawson, esa mañana salió a buscarla por los hospitales y por causalidad se topó con todo el movimiento policial en proximidades de la terminal. La curiosidad o el mal presentimiento la obligaron a acercarse a ver qué pasaba y con todo el espanto descubrió que yacía una mujer muerta, y que era su madre.

El desconcierto invadió a los investigadores policiales que escudriñaron su vida privada y sus relaciones o amistades de la calle. Todo llevó a un callejón sin salida. Fiel al código del ambiente, muchos callaron o se guardaron las sospechas. Obvio que una de las hipótesis fue la venganza por el manejo o regenteo de la Zona Roja en Av. Rawson y los alrededores. Nancy era un problema, detrás de ella existían otras mujeres que trabajaban solas y sin proxenetas. Asimismo se volvió tras los pasos de un posible demente o psicópata asesino de prostitutas. Ni una ni otra línea investigativa avanzó en un mar de conjeturas e interrogantes mudos.

El recordado periodista de policiales Omar Garade repetía siempre ese viejo dicho: no hay crímenes perfectos, sino malas investigaciones. Y no sé qué fue primero o si hubo una u otra cosa, pero a 18 años de los crímenes de las trabajadoras sexuales Miriam Espeche y Lidia Páez sigue la deuda pendiente de la Justicia sanjuanina. Lo que es peor, él o los asesinos todavía andan libre por la calle, a la luz del día como cualquiera de nosotros o en los rincones más oscuros del ambiente de la noche gozando de su impunidad.
 

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