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Personajes sanjuaninos

Sergio Ochoa, el sanjuanino que forja cuchillos con alma y fuego

Es empleado administrativo en un colegio privado, pero en sus horas libres se encierra en su taller y hace cuchillos casi a la vieja usanza.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Todos poseen una doble vida. Sergio Ochoa tiene las suyas. De mañana es el empleado administrativo en un colegio privado de Rawson y de tarde o los fines de semana en un artesano de los cuchillos. Él se transforma. Cambia los papeles por el delantal de cuero, enciende la fragua de su taller en Santa Lucía y a la vieja usanza, a puro golpes, forja el acero para convertirlo en piezas únicas de cortes que irán a las manos de un gaucho, un experimentado cocinero o simplemente la mesa de un hogar.

Sergio Daniel Ochoa mantiene un perfil bajo y a sus 50 años es dueño de una habilidad que remonta a los antiguos herreros. Pero basta con entrar a su mundo paralelo, ese galpón de calle Godoy Cruz que comparte con su entrañable amigo, en donde apila discos de acero, mangos de madera y chispas de creatividad, para entender que no se trata de un simple hobby. “No me gusta decir que fabrico cuchillos. Eso lo hace una máquina. Lo mío es artesanal, es manufactura, es diseño y creación”, explica.

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El camino que lo llevó a convertirse en cuchillero no vino por tradición familiar ni por herencia de oficio. Nació de una inquietud. Sergio es técnico electromecánico y también trabajó como diseñador gráfico en medios y reparticiones del Estado. Pero desde chico tuvo una extraña fascinación por los cuchillos. “Siempre andaba con una navajita en el bolsillo. Un día me pregunté: ¿por qué no puedo hacer uno yo mismo?”. Esa pregunta fue el punto de partida de una travesía autodidacta.

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Sergio Ochoa muestra los materiales con los que trabaja: una barra de acero virgen y un elástico de vehículo que recicla para convertirlos en hojas de cuchillos.

Sergio Ochoa muestra los materiales con los que trabaja: una barra de acero virgen y un elástico de vehículo que recicla para convertirlos en hojas de cuchillos.

En sus inicios no tuvo maestros. Fue su curiosidad el que lo llevó a ver horas de programas de televisión sobre la elaboración de cuchillos, a estudiar técnicas a través de internet y a practicar mediante prueba y error. Así también navegando por el ciberespacio conoció y entabló contactó con Jorge Castro, un artesano en cuchillería de Río Cuarto que se convirtió en su guía y profesor a distancia. “Lo contacté por redes y me dijo: ‘Llamame’. Estuvimos horas hablando. Me enseñó desde cómo hacer una fragua hasta qué herramientas utilizar. Hace siete años que hablamos por teléfono. Conocerlo en persona es una cuenta pendiente”, cuenta. En sus inicios emprendió esta aventura junto a su amigo Néstor Román, otro amante de los cuchillos.

En el taller, Sergio trabaja sobre el acero virgen, pero también recicla materiales en desuso para transformarlos en verdaderas piezas de colección. Ha trabajado con elásticos de autos, rulemanes y hasta tapitas de gaseosa que funde y moldea para crear mangos únicos. Lo suyo no es en serie: cada cuchillo lleva una historia, una decisión técnica y un diseño propio. Desde los criollos de campo, pasando por los de cocina, hasta espadas de la Edad Media. Sí, espadas. En una ocasión hizo una espada de un metro de largo para un joven que debía participar en una competencia de combates medievales en Buenos Aires.

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“Usé un elástico de auto. Fue una locura, pero lo hice todo a mano, siguiendo especificaciones exactas”, recuerda entre risas. Otras joyitas fueron la réplica del famoso cuchillo de Rambo, que le encargaron para un coleccionista, o el Kukri, el clásico cuchillo nepalés que se ven en las películas o que cargan los temibles gurkas. Y así, de a poco, sus creaciones fueron ganando reconocimiento.

Sergio no sólo se fija en el aspecto o presentación de sus cuchillos. Para él es un todo, pues es importante su utilidad y durabilidad. No se trata solo de funcionalidad. “El cuchillo hecho con lija es más rápido en su elaboración, sí, pero más débil. El acero, cuanto más carbono condensa, más fuerte y compacto es, explica. Cuando lo martillás, el material se compacta, se fortalece. Me gusta esa mezcla entre lo tradicional y lo práctico”, explica. Es que dentro de su taller cuenta, además, con máquinas cepilladoras, cortadoras y una prensa, pero las emplea como herramientas accesorias. Lo esencial lo sigue haciendo de manera artesanal. Él está hasta en los mínimos detalles. Cada cuchillo lleva un mango con diseño propio, del material que le pidan, y su forro de cuero, también hecho con sus manos.

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Su cuchillería lleva el nombre de “Los Indios”, en homenaje a la antigua ferretería de su abuelo. No hay una tradición de herreros en su familia. Su padre es médico y antes nadie agarró un martillo como él para forjar el acero y abrirse este particular camino dentro del mundo de los cuchillos.

“No tengo un local. La mayoría de los pedidos llegan por redes o por recomendación de amigos o conocidos que saben de mi trabajo. Los primeros cuchillos los regalaba. Hoy, uno criollo puede costar entre 40 y 50 mil pesos, dependiendo del diseño. Pero esto no es algo de lo que se pueda vivir fácilmente. Para mí sigue siendo un hobby que se volvió oficio”.

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Como Sergio, hay otras personas que se mueven en el oficio de hacer cuchillos en la provincia. Existe un grupo de alrededor de quince artesanos que formaron una pequeña comunidad de cuchilleros sanjuaninos, de los cuales al menos diez trabajan activamente. “Todos tenemos talleres humildes, caseros, compartidos. No hay lujo. Pero sí mucho amor por lo que hacemos”, explica.

Entre las anécdotas que lo marcaron, hay una que lo emociona especialmente. Sergio diseñó cuchillos y utensilios adaptados para personas con discapacidad. Él le hizo a su suegro, quien había perdido un brazo, un cuchillo tenedor especialmente diseñado para que le permitiera cortar la carne o servirse las comidas. “Eso te cambia, te alegra. Ver que tu trabajo puede ayudar a alguien, a tener autonomía… No tiene precio”.

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Hoy sueña con crear su propia colección, una serie de cuchillos con diseños exclusivos, que lleven su sello y cuenten su historia. “Ya tengo los bosquejos. Necesito tiempo. No quiero hacerlos apurado”. Mientras tanto, sigue entrando al taller cada vez que puede. A veces son unas pocas horas a la semana, pero alcanza. Porque ahí, entre el calor de la fragua, el humo y el sonido seco del martillo, Sergio se reencuentra con su esencia.

“El cuchillo no es un arma. Es la mejor herramienta que existe. Sirve en el campo, en la ciudad, para cocinar, para trabajar, para cazar. Es noble. Y si lo hacés bien, dura toda la vida”, afirma, a la vez que acaricia con sus dedos el filo brillante de una de sus piezas.

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