“Desde que comencé mi camino como madre, he reflexionado profundamente sobre cómo Dios nos prepara para asumir los desafíos de la maternidad y la paternidad. Siempre creí que, de alguna manera, las pruebas que enfrentamos tienen un propósito divino. En nuestro caso, mi esposo y yo sentimos que estábamos siendo preparados para la experiencia que nos tocaba vivir”, comienza, en un profundo diálogo con Tiempo de San Juan.
Recuerda que todo comenzó hace dos años, cuando se dio cuenta de que algo no iba bien con el neurodesarrollo de su segundo hijo, José Pablo. “A pesar de que me guiaba por la comparación con mi primer hijo, Juan Leonel, la situación se volvió confusa, ya que, al año, José Pablo mostraba signos que indicaban un desarrollo diferente al esperado”, confiesa.
“No me gusta hablar de normalidad porque esa palabra tiende a asociarse con lo anormal. Prefiero referirme a ello como una condición, especialmente en lo que respecta al Trastorno del Espectro Autista (TEA)”, diferencia.
“En mi experiencia y en la de muchas mamás, el TEA no es sinónimo de discapacidad intelectual; es solo una condición del neurodesarrollo. Como madre, me ha costado aceptar esta realidad, pero mi fe en Dios ha sido fundamental para sobrellevar el proceso”, continúa.
Una enseñanza que la acompaña
Ailín siempre recuerda una enseñanza que la acompaña: “Dios no nos da pruebas que no podamos soportar”, y también, “no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, amor y dominio propio”. Estas palabras, asegura, la ayudan a desarrollar autocontrol y autorregulación emocional, cualidades que aprendió desde joven, cuando enfrentó ataques de pánico y ansiedad.
“Cuando era adolescente, le pedí a Dios que me librara de esos ataques cuando fuera madre. Y aunque la ansiedad no ha desaparecido por completo, he visto cómo Dios me ha dado la fuerza necesaria para enfrentar los momentos más difíciles. A pesar de los picos de angustia que experimenté en 2023 y 2024, especialmente durante el duelo emocional por el diagnóstico de mi hijo, pude comprender que estaba atravesando un proceso de aceptación, aunque al principio intenté negar mis sentimientos, concentrándome en mi trabajo y mi emprendimiento”, reflexiona.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, también se dio cuenta de la necesidad de permitirse sentir y buscar apoyo. Fue en este proceso de duelo, recuerda, cuando aprendió a ser más humilde, paciente y, sobre todo, a recordar que cada persona tiene su propio tiempo y que los tiempos de Dios son perfectos.
“En 2023 comencé a escribir un diario personal como una forma de desahogo, que con el tiempo se transformó en un libro titulado ‘Mi hijo es autista y yo, ¿quién soy? El duelo de una mamá’. Es un proceso que estoy viviendo paso a paso, aprendiendo de las terapias y consejos de profesionales, y creciendo junto a mi hijo”, anticipa.
En este viaje, acota, también aprendió a acompañar a otras mamás que atraviesan experiencias similares.
“A través de las redes sociales, especialmente Instagram, he formado una comunidad de apoyo donde compartimos historias y consejos. Les recuerdo que Dios las preparó para este desafío y les sugiero que recuerden momentos previos en los que tuvieron contacto con personas diferentes, ya sea con alguna condición motriz o con el TEA. Creo firmemente que esas experiencias nos preparan, a veces de manera misteriosa, para los retos que nos depara la vida”, advierte.
“Una forma de comunicación atípica”
Ailín, en definitiva, no imaginaba que le tocaría ser madre de un niño con Trastorno del Espectro Autista (TEA).
“José Pablo tiene una forma de comunicación atípica; por ejemplo, se expresa mucho a través de la música y ha comenzado a decir algunas palabras cantando, aunque aún no habla con claridad. La paciencia es clave en su proceso. A nivel lingüístico, aún enfrentamos desafíos, pero las terapeutas y mi fe en Dios me han enseñado que lo más importante es la comunicación, no tanto el habla en sí misma. Pablo se comunica de otras maneras, señalando con el dedo o mostrando lo que quiere, y aunque tiene momentos de frustración, sus pequeños avances me llenan de esperanza”, señala.
Recuerda que a los dos años su hijo dejó de mirarla y se aislaba. “Pero hoy –diferencia-- a sus cuatro años, ha logrado conectar más conmigo. Me mira, responde a su nombre, y cuando le pido un beso, lo da con amor”.
“También ha aprendido a saludar, a dar abrazos y a compartir momentos con su hermano Juan Lionel, quien siempre ha sido muy empático con él. Uno de los avances más significativos fue cuando, después de un tiempo de no poder montar un triciclo, un día lo vi andar, sorprendida por su progreso”.
Ailín asegura que lo que la mantiene resiliente y esperanzada es enfocarse en lo que José Pablo sí puede hacer. En síntesis, en lugar de centrarse en lo que aún no ha logrado, celebra sus pasos, por pequeños que sean.
“En su jardín de infantes aprendió a cantar el Feliz Cumpleaños; a esperar su turno y a aplaudir con entusiasmo. Este tipo de logros, aunque parecen pequeños, son para nosotros enormes victorias”, asegura.
Eso sí: La fe ha sido su “ancla”, tal como lo reconoce.
“Creo profundamente que Cristo ha sufrido por mis desafíos y los de José Pablo, y esa convicción me da fuerzas para seguir adelante. En los momentos más difíciles, como cuando me sentí sola o triste, recordé que Dios me lleva en sus brazos, como una historia hermosa que siempre me reconforta: un hombre caminaba por la playa y, cuando vio solo sus huellas en la arena, pensó que estaba solo, pero Dios le dijo que en esos momentos, Él lo llevaba en brazos”, dice.
Además de la fe, la calma también ha sido esencial. “Aprendí que, para ayudar a José Pablo, debo cuidar de mí misma. Practico ejercicios, medito y me esfuerzo por reducir mi ansiedad. Cuando estaba obsesionada con estimularlo constantemente, tanto a él como a mí nos hacía mal. Pero, al cambiar mi enfoque y calmarme, he visto avances en su desarrollo y en el mío”.
Agrega que en cuanto a la maternidad y el desafío de criar a un hijo con TEA, aprendió que la empatía es fundamental. “José Pablo ha comenzado a consolar a su hermano cuando se cae, lo que demuestra que está desarrollando empatía, aunque lentamente. A veces avanza cinco pasos y retrocede tres, pero cada avance es un regalo, y cada retroceso, una oportunidad para seguir aprendiendo”.
Ailín cierra: “Lo que me motiva es recordar que cada niño es único. Aunque no habíamos esperado tener un hijo con una condición como el TEA, cada paso de José Pablo es motivo de esperanza y gratitud. Y como madre, mi compromiso es seguir caminando junto a él, enfocar mi energía en sus logros y en el amor que siempre nos une”.
Dónde escucharla
Haciendo click en ese enlace https://open.spotify.com/episode/4rZWKwlwTW1BwSOvACCCPI?si=dMzIzai2TGe3c7jwZBClUw se puede ir directo a escucharla en la plataforma de música y podcast Spotify. Es gratis, solo se debe descargar la app en el teléfono.