“A Carlitos lo mataron y Menem sabe por qué y quién fue”, repitió siempre incansable, con corazón lacerado de madre desde el preciso momento en que recibió la noticia de que su hijo estaba muerto. Ya en el primer instante, semidesvanecida por el dolor dentro del Hospital de San Nicolás pensó que lo habían asesinado por ser el hijo del presidente. Y jamás lograron convencerla de otra cosa...
Aquella mañana trágica del 15 de marzo de 1995, exactamente a las 11:44, Carlos Menem Junior, de 26 años, se desplomó piloteando un helicóptero Jet Rangers 302 B3 propiedad de su tío Emir Yoma, mientras intentaba esquivar los cables de alta tensión a unos 70 metros de la Ruta 9, en las inmediaciones de la ciudad de Ramallo, 220 kilómetros al noroeste de Buenos Aires. Lo acompañaba su íntimo amigo Silvio Oltra, experimentado y famoso corredor de autos -separado por entonces de la reconocida modelo Elena Fortabat-, quien murió en el acto por el impacto.
Pese a poder alcanzar una altitud de casi tres mil metros, la nave sobrevolaba apenas a unos 15 metros de altura. Se llegó a especular con que venía improvisando un juego peligroso pasando por arriba y por debajo entre las torres del cableado eléctrico. Lo cierto es que en determinado momento el helicóptero se enredó, cayó de punta sobre un maizal y rebotó en dos oportunidades contra el suelo, pese a contar con un sistema de seguridad para cortar cables que no fue accionado.
Policía y bomberos rescataron el cuerpo sin vida de Oltra, y Junior llegó una hora después del accidente al Hospital de San Nicolás en estado desesperante, un coma grado 3. Luego soportó dos paros cardíacos en medio de severas maniobras de resucitación del equipo de médicos bajo la supervisión permanente del jefe de terapia intensiva Marcelo Barrangú y del director Ismael Passaglia que hicieron todo lo humanamente posible pero no lograron impedir su deceso a las 14:50.
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Lo que siguió fue puro caos, confusión y especulaciones. Se dijo que en el helicóptero también viajaba una mujer rubia pero nunca se comprobó. A su mamá, Zulema Yoma, solo le importaba saber la verdad. Y de inmediato fue mencionando una tras otra variadas pero posibles causas relacionadas con su ex esposo, quien la había expulsado junto a sus hijos siendo presidente de la Nación de la quinta de Olivos el 12 de junio de 1990.
Zulema reveló que Carlitos, cuando se desempeñaba acompañando a su padre como contratado “ad honorem” en la Casa Rosada, junto a Ramón Hernández, secretario privado del Presidente, le confió que en el círculo íntimo del presidente observó y sucedían hechos tremendos. Y que no le gustaba para nada su entorno. No fue todo. Además, le confesó que advertía que lo estaban siguiendo y que esa situación lo tenía preocupado. Por eso ella de entrada sospechó que su hijo seguramente se enteró de algo que no debía saber y por eso se convirtió en blanco de un atentado que finalmente terminó ocurriendo de acuerdo con su teoría. “Lo mataron por ser el hijo de Menem, no hay dudas”, concluía la ex primera dama ante los medios.
Para colmo, la Argentina venía de soportar dos atentados terroristas como los sucedidos en 1992 en la Embajada de Israel y en 1994 en la sede de la AMIA. Entonces Zulema habló sin vueltas de un tercer atentado. Por entonces también publicaciones periodísticas relacionaban a Menem con el negocio de la venta de armas y además se especuló con que podría haber sido una venganza del grupo terrorista Hezbollah y hasta del narcotráfico internacional debido a que Victoria Eugenia Henao, la viuda de Pablo Escobar y sus dos hijos, se habían instalado en la Argentina después de no ser aceptados por otras naciones.
Por su lado, Elena Fortabat, la ex mujer de Silvio Oltra siempre sostuvo que la causa de ambas muertes fue un accidente. Y finalmente pudo cobrar el seguro. Pero relató que tuvo miedo cuando comenzó a recibir amenazas de muerte al iniciar un juicio a la sucesión de Menem Junior. Contó que se asustó tanto que decidió levantar el pleito porque según afirmó la seguían y le repetían “vas a ser boleta”. Y además la llamaban y le contaban dónde estaba su hija, Carolina, por entonces de tan solo nueve años, luego consagrada modelo. Entonces debió cambiar varias veces el número de teléfono, hasta que tomó la decisión de renunciar al juicio, y a partir de allí no sufrió más intimidaciones.
Zulema Yoma siempre respaldada por sus abogados, Alejandro Vázquez y Juan Labaké seguía aportando sus convencimientos respecto a que lo de Carlitos había sido un asesinato y nada la apartaba de esa conjetura. En su momento aseguró que un agente de inteligencia de apellido Cortese le hizo oír una grabación en la que su hijo repetía a sus custodios que venían retrasados mientras sostenía el helicóptero en el aire como podía: “¡Huevones, contesten, me disparan, me disparan!”. Pero la grabación nunca apareció y tampoco se pudieron registrar dichas comunicaciones. Al periodista Hugo Alconada Mon de La Nación le respondió que el presidente le dijo: “Mi hijo tenía un tiro en la frente”, luego de un supuesto ataque de francotiradores que lo seguían desde la ruta.
El tema fue que en la autopsia no surgieron rastros de disparos en el cráneo, a lo que Zulema respondió que como dudaba de todo, también lo hacía con relación a si ese cráneo que los forenses terminaron analizando era el de Carlitos. La causa pasó por las manos de tres magistrados: Eduardo Alomar, José María Acosta y Carlos Villafuerte Ruzo. Este último la conduciría hasta el final, más allá de una intervención de la Corte que rechazó reabrirla. Para la justicia siempre fue accidente; sin embargo, Zulema Yoma no se daba por vencida y presentaba batalla en lo legal.
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Así alcanzaba un cambio de carátula que la alentaba a seguir luchando por la verdad: “Investigación por la caída del helicóptero”. Y reclamó con más fuerza cuando en 1997 un peritaje de Gendarmería determinó que el helicóptero presentaba dieciocho perforaciones, deformaciones e irregularidades atribuibles a impactos de proyectiles de arma de fuego. Y que además habrían ocurrido durante el vuelo. Pero dichas investigaciones fueron desvirtuadas por la Junta de Investigaciones de Accidentes de Aviación Civil y un experto de la fábrica Bell, quienes aseguraron que no se hallaron perforaciones “por disparos”.
Además, otro tema que surgió a raíz de los peritajes realizados por Gendarmería como para sumar aún más confusión, fue que antes de que se concretaran dichas prácticas, el juez Alomar había entregado a Emir Yoma lo que había quedado del helicóptero para que pudiera cobrar el seguro. Por lo tanto, permaneció sin control ni custodia durante meses. Y al juez Villafuerte Ruzo le generó más dudas acerca de si los disparos que dijo detectar Gendarmería pudieron haber sido efectuados con posterioridad al hecho investigado.
Para el abogado de Zulema, Juan Labaké no hubo dudas de que se trató de un acto de terrorismo puro y la causa debió calificarse como “doble homicidio agravado”. Basado en ese convencimiento continuó la pelea judicial. Zulema siempre hizo hincapié además, en que trece de los testigos que hablaron en el juicio murieron, algunos en situaciones no muy claras, dejando entrever que le parecía anormal que se sucedieran más y más fallecidos.
El expediente se cerró en 1998 como accidente. Pero Zulema nunca bajó los brazos. Se acercó a ella Cristina Kirchner para apoyarla y realizar una presentación ante la Corte Internacional de Derechos Humanos, que habilitó la presentación de más peritajes y la reapertura de la causa en 2010. A eso se sumó en 2014 una presentación que hizo el ex presidente Carlos Menem, quien modificó su postura y coincidió con Zulema Yoma en que se pudo tratar de un atentado que contó con la participación de Hezbollah, pero sin aportar mayores precisiones que sus palabras. Ya en 2016 solicitó ampliar dichas declaraciones en el mismo sentido basado en que el FBI, la CIA y el Mossad manejaban esa hipótesis y generó que el juez Villafuerte Ruzo llamara a declarar a todos los presidentes que lo sucedieron sin lograr ningún resultado que aportara novedades al expediente.
Ya en 2017 Zulema denunció que el cadáver de su hijo habría sido sacado de su lugar de sepultura en el cementerio Islámico de La Tablada. Y entonces el magistrado se vio obligado a realizar la exhumación. Los exámenes de rigor estuvieron a cargo del Equipo Argentino de Antropología Forense que determinó que los restos pertenecían Junior, alejando sospechas de que había sido profanada su tumba.
A tres décadas de la muerte de su hijo, siempre acompañada y contenida por el amor de su hija Zulemita, sigue resonando más que nunca una frase que Zulema tantas veces pronunció con profundo dolor: “Soy una madre que va a morir sin saber la verdad”.
Fuente: Infobae