WhatsApp Image 2025-03-11 at 15.43.06.jpeg
Rosa se encontraba junto con su marido durmiendo en una de las habitaciones de su casa de adobe, mientras sus dos hijos, de 6 y 10 años, se encontraban en la otra. Recuerda que la última vez que vio la hora eran alrededor de las dos de la madrugada. Daniel estaba despierto, se había desvelado y la lluvia no lo dejaba dormir, aunque en realidad lo dejaba intranquilo el ruido que de cierta manera sin saberlo anticipaba la catástrofe que se estaba por desencadenar. Hilda, por su parte, ya estaba dormida junto a su hijo, un adolescente de 13 años.
Los tres huaqueños tienen algo en común: viven a escasos metros unos del otro, y se encuentran en una de las zonas más afectadas por la creciente donde llegó gran parte del agua que pasó destruyendo todo lo que encontró.
Por su parte, Arsenia se encuentra en lo que en el pueblo denominan el “Huaco alto”, la zona camino a las cumbres donde se ubica el Molino de Huaco. Precisamente su vivienda esta delante del monumento jachallero.
WhatsApp Image 2025-03-11 at 17.25.04 (1).jpeg
Parte de los habitantes del pueblo corrieron con la suerte de ser advertidos por familiares que trabajan en lo que es el mantenimiento y control de las defensas. Algunos de ellos fueron sorprendidos por el agua, y lo primero que atinaron a hacer fue comunicarse y avisar lo que se venía, la catástrofe que era inevitable. “Mi hermano y mi cuñado habían salido en las motos, y me llamaba la atención que no volvieran. Le llamé a mi cuñado primero y nada, no me atendía. Después le llamé a mi hermano y me dijo “andá a la casa de la mami y sacala, se va toda el agua para allá, va la creciente”. Yo qué me iba a imaginar qué iba a pasar todo esto” comenta una de las vecinas en medio de una ronda. El relato se repetía en distintos grupos, desde distintas voces.
Rosa e Hilda cuentan prácticamente lo mismo. Fueron sus vecinos quienes las alertaron de la situación. “Yo no había escuchado el ruido. Mi vecino vino y me golpeó la puerta para que me despierte porque venía la creciente. Ve que uno se duerme a esa hora tan fuerte que no se escucha nada”, comenta Hilda, quien señala que todo aquello sucedió sobre las 2:30.
WhatsApp Image 2025-03-11 at 17.25.04 (2).jpeg
Para Rosa el escenario con el que se encontró tras los gritos de su vecino fue de terror. “Un vecino del fondo me gritaba, yo me despierto y le digo, "¿qué pasa?" Me dice, "Están bien", “Sí”, le digo yo, "¿Por qué?". “¿Cómo les está yendo con el agua?" me dice. Cuando yo hago la mirada por esa puerta la veo toda rota y había mucha agua”, relata.
Y continúa: “Entonces le digo a mi marido: ¡Los niños! Saqué fuerza y valor de donde no tengo y fui a buscar a mis hijos que estaban durmiendo. Ellos no habían sentido nada. Cuando yo los hablo faltaba así un tantito para que el agua llegue el ventilador. Si el agua llegaba, yo no sé qué hubiera pasado. Otra sería la historia. Entonces, cuando yo los veo, los alzo. Me lo pongo acá en el pecho al más pequeño y a la niñita la alzo con esta mano y lo saco para acá”, dice, mientras señala el espacio donde solía estar su cama. En el lugar solo quedan las marcas de la desesperación y cuatro bloques, los que colocaron para darle más altura a la cama, lo cual fue en vano ya que el agua no paraba de ingresar e inundar todo.
image.png
El interior de la casa de Rosa, días después de la creciente
La lluvia y el ruido también le quitaron el sueño a Arsenia, que se preocupaba al ver la cantidad de agua rodeando el molino y su casa. “Era mucha agua. La vereda parecía un río, todo para atrás del molino también. Era una creciente grandísima. ¿Y qué vamos a hacer? Pedirle a Dios, pedirles a los santos, pedirle a la Virgen, pedirles a todos para que pare un poco, que merme un poco la cantidad de agua”, comenta.
La desesperación de esos minutos se incrementó al ver cómo el agua derrumbaba medianeras y entraba a los domicilios. Daniel agradece que su casa sea la de la esquina del barrio, por lo que solo le entró agua al garaje donde guarda su camioneta y luego continuó su recorrido para el lado del campo.
En el barrio Nogal 1, donde viven en la misma cuadra Daniel e Hilda, el agua no perdonó. Hilda perdió kilos de harina que usaba para hornear pan que luego ofrecía en su almacén. También la comida del caballo que tienen en el fondo de su casa, y el gallinero que tenía unas gallinas y un gallo, animales que lamentablemente quedaron sin vida bajo los escombros.
image.png
Lo que quedó de la medianera y el gallinero de Hilda tras la creciente
A la presencia de la gran cantidad de agua, que por momentos parecía tener un metro de altura, se sumó el corte de luz general. Entre la oscuridad, el ruido y la desesperación, las ganas de ayudar se incrementaban, pero era imposible. “De aquel lado estaban mi suegro y mi cuñado que querían venirme a ayudar, pero no podían pasar. Mi mamá me llamaba por teléfono y a mí me agarró como una crisis de nervios porque estaba solita con el niño y no podía hacer nada”, asegura. Incluso en un momento no descartó la idea de subirse al techo de su casa. Afortunadamente un vecino que vio sus intenciones le dijo que no saliera, ya que no sabían que podía estar arrastrando la creciente, que suele ser engañosa.
Rosa y su marido, al ver que el agua no mermaba, decidieron trasladarse hasta la casa del fondo, donde vive un hermano de ella, que se encontraba esa noche en San José de Jáchal por trabajo. Con sus dos pequeños se ubicó bajo la galería, al reparo de la lluvia, sin encontrar palabras de consuelo o de aliento ante las preguntas de sus niños que nada entendían de lo que estaba pasando.
WhatsApp Image 2025-03-11 at 17.50.12 (1).jpeg
“El varoncito tiene la costumbre de dormir en calzoncillos. ¿Sabe cómo tiritaba a esa hora? Y me preguntaba, "Mami, ¿por qué hay tanta agua en la casa? ¿Qué es lo que está pasando?", y lloraba. Mi hija también lloraba y me decía, "Mami, mis cosas, las cosas de la escuela". Era lo que ellos sentían en ese momento”. Fue su vecino quien le sugirió llevarse los pequeños a su casa para que pudieran descansar, ya que no sabían cuánto más podía seguir lloviendo, cuándo volvería la luz o si en algún momento iba a bajar el agua.
Junto a su pareja, Rosa se mantuvo toda la noche en vilo bajo la galería. De vez en cuando iba hacia su casa para ver si entre la oscuridad podía rescatar algo. Ese era el deseo de todos los afectados por la creciente: salvar lo que más se pudiera.
El después de la creciente: entre la desidia, el cansancio y la esperanza
Tiempo de San Juan estuvo visitando Huaco durante este martes 11 de marzo, días después de la tragedia. Hilda aun saca greda de su domicilio y trata de no ir hasta el fondo de su casa, donde de la medianera y el gallinero solo quedan escombros y el recuerdo del dinero y tiempo invertidos.
Daniel lleva horas con la anchada en las manos. Gorro en la cabeza y una camisa pasada de sudor reflejan el tiempo que lleva bajo el sol acomodando arena, improvisando un puente, el cual desapareció con el agua. El escenario es prácticamente el mismo en cada uno de los domicilios del barrio Nogal I.
image.png
Daniel agradece que su vivienda se encuentre en una zona que fue alcanzada por el agua, pero la creciente no fue tan dañina
Rosa por su parte pasa sus noches tras el incidente en la casa de su padre. Asegura que le cuesta mucho volver a la casa de adobe que compartía con su marido e hijos, la misma casa en la que vivió 30 años y la cual, luego de un relevamiento por parte del personal de la Municipalidad, quedó inhabitada.
El mismo sábado llegó personal de la Municipalidad de Jáchal para hacer un relevamiento de los daños, mientras que el lunes, con presencia de autoridades del Ministerio de Desarrollo Humano y Familia, se realizó un recorrido por cada una de las viviendas. Incluso el mismo martes llegó el gobernador Marcelo Orrego para tomar contacto con los vecinos, sus realidades y necesidades.
WhatsApp Image 2025-03-11 at 17.25.04.jpeg
“La gente que más se ha inundado es la que está en el centro de Huaco. He escuchado por la radio todas las cosas que necesitan. Yo decía: "Pobre gente, pobre gente y pobre yo también". Pero bueno, acá estamos, rogándole a Dios nada más que nos ampare y nos proteja. Es muy mucha lluvia la que ha habido, muchísima lluvia. Se han roto los canales, se han roto las defensas, se ha roto todo. De los años que tengo jamás he visto una un aluvión tan grande. Espero que no siga lloviendo porque si no, no sé qué va a pasar”, esboza Arsenia cual plegaria al cielo.
Ese es el ruego de todos los huaqueños que sufrieron el paso de una creciente que no discriminó ni perdonó, pero que afortunadamente solo provocó daños materiales.
Embed - El relato de quienes temieron por su vida: así se vivió la peor creciente que registró Huaco